Mtra. Cecilia Fabre
Instituto Milton H. Erickson de Cancún
En realidad, esta historia está dirigida a todas las personas que poseen una baja autoestima, que han dejado de mirar y valorar las riquezas y recursos que poseen, a aquellas que creen ser lo que se dice de ellas y aún no se han dado cuenta de quiénes son realmente.
Si conoces a alguien con estas dificultades, cuéntale esta historia…
¿Alguna vez has observado un árbol?, ¿alguno en especial?, seguro que sí, pues todos los árboles son muy especiales. Desde que nacen, los árboles viven muchas historias, más de las que te imaginas, tienen gran sabiduría y una gran fuerza de vida que los ayuda a crecer.
Bien plantados, desde su lugar, viven, sienten, se renuevan… se fortalecen.
¡Es increíble lo que vive y puede hacer un árbol, siendo lo que es!
Voy a contarte la historia de un árbol muy especial, escucha con mucha a-ten-ción:
Ese árbol es un árbol mediano, ni muy alto ni muy bajo, tiene ramas como todos los árboles, unas más gruesas y otras delgadas, también tiene hojas, algunas secas y otras muy frescas que despiden un olor maravilloso.
Ese árbol está en mi jardín y puedo mirarlo por mi ventana… ahora mismo estoy recordándolo, mirándolo. ¿Recuerdas un árbol? Seguro que alguno es tu favorito, ¿puedes acordarte de él ahora?
Sólo deja que aparezca el recuerdo de ese árbol, míralo, aunque sea un segundo… Ese árbol ya es parte de tu vida… está lleno de recuerdos maravillosos… y esta historia también…
Recuerdo cuando jugaba en el jardín, me gustaba correr y saltar, buscar bichitos que metía en botes para mi colección, a veces buscándolos, me encontraba con otras cosas que también guardaba: hojas de diferentes formas y colores, algunas semillas, hongos que encontraba en el pasto… me acuerdo que agarraba todo lo que encontraba y así me divertía, encontrando siempre cosas nuevas.
En ese jardín estaba mi árbol, me gustaba sentarme cerca de él, porque siempre encontraba algo interesante y nuevo que aprender, basta con poner atención…
A veces encontraba hormigas, otras veces musgo creciendo en su tronco, era interesante mirar todo lo que había ahí.
En ese árbol yo me podía subir, recuerdo cómo un día, estando trepada… miré más arriba… y me encontré con algo sorprendente que nunca hubiera imaginado…
—Nunca me había dado cuenta de lo grande que ya eres —me dije—; ¿cuántos años tendrás?… tu corteza es gruesa y desde que me acuerdo siempre has estado aquí… ¿no te aburres?
—¡Nunca! —me contestó—. He vivido más aventuras de las que tú te imaginas, conozco muchas historias, aunque no lo creas, recibo muchas visitas todos los días. Cada uno de mis visitantes me enseña algo nuevo, aprendo de todas las historias que escucho —y continuó diciéndome—; ¿sabes?, todos los seres vivos que habitamos en este planeta, crecemos, aprendemos y nos fortalecemos con todo lo que sucede a nuestro alrededor, con lo que escuchamos, y lo que sentimos… Hoy me estás escuchando… y estás a-pren-dien-do… Yo, al igual que tú, provengo de una semilla que al ir madurando me dio vida, primero se formó mi tronco, era muy delgado, pero eso sí, enseguida tuve hojas… quería crecer muy grande, pero en ese momento mis raíces estaban muy apretadas, tenía tierra y agua, lo que necesitaba para crecer, pero había nacido en una bolsa, tuve que esperar bastante tiempo, hasta que alguien me sacó y me colocó en un lugar más cómodo. Por fin mis raíces podían estirarse, fue entonces cuando crecieron mis ramas… y mi tronco se fue fortaleciendo. Sin que yo lo supiera, había llegado al lugar correcto, aquí, donde podía crecer… La tierra me brindaba alimento y la lluvia me bañaba, el sol me calentaba y la luna me cantaba, el viento me mecía y yo… seguía creciendo… crecía y crecía. Al principio era yo muy chiquito… las tormentas me asustaban, los vientos me tiraban… pero volvía a levantarme. Pronto aprendí a hacerlo muy bien. Cada vez que mi tronco se rompía, se hacía más grueso para evitar romperse nuevamente.
Después dijo:
—Estas cicatrices que ves aquí, son de aquellos días, son muy valiosas… me recuerdan que soy capaz de sobrevivir a muchas tormentas, si lo logré una vez, puedo volver a lograrlo siempre. Cuando llovía muy fuerte aprovechaba y tomaba el agua que me hacía falta. Alguna vez sentí que me ahogaba, pero aprendí a solo tomar lo que necesitaba y me hacía bien, y a que se me resbalara lo que no necesitaba. Cuando el viento era muy fuerte, tiraba mis hojas, al principio me sentía mal de perderlas, pero descubrí que podía hacer crecer nuevas, más fuertes y bonitas… así seguí creciendo… y aprendiendo… aprendí a vivir sin agua, a veces tardaba mucho en llegar, al principio eso me asustaba, pero pronto supe que siempre llegaba, aunque tardara un poco. La lluvia también tenía su historia, a veces estaba todo el tiempo, a veces se marchaba, otras veces daba en exceso; hacía su labor lo mejor que podía. El sol siempre llegaba para calentarme después de una gran tormenta nocturna y la luna me acompañaba toda la noche, iluminando lo que parecía tan oscuro.
—¡Cómo me gustaría ser como un árbol! —exclamé.
—¿Acaso no te das cuenta de que eres maravilloso siendo lo que eres? —respondió el árbol—. Yo soy lo que soy, un pino. Tú eres lo que eres (nombre del oyente), aunque te llamen de muchas maneras, solo ese eres tú. Algunos me llaman cedro, porque mi madera es rojiza, otro laurel, por mi gran tamaño, tú me llamas árbol grande porque soy un tipo de pino. Muchas personas han pasado junto a mí, algunos me miran y otros me ignoran… no me llaman por ningún nombre… Un día llegaron unos niños, me miraron con desprecio, y dijeron: “¡qué feo está ese árbol! ¡Deberían plantar otro en su lugar!”. Yo me sentí muy mal, pero peor me sentí cuando unos años después me decían, “qué estorboso árbol, deberían quitarlo o moverlo para otro lugar”. Otro día una mujer le dijo a su marido:
— Este árbol ya debería haber crecido más, debería ser más alto, más frondoso, no da suficiente sombra.
—Bueno, mujer, ¿qué quieres? Con tanta podada que le hemos dado… queríamos que se fortaleciera… bueno, pues ya lo ha hecho… ahora dejemos que crezca libremente y sigamos poniéndole abono —respondió el marido.
Y prosiguió el árbol:
—Así fue como empecé a sentir que podía estirarme libremente. Mis ramas crecieron y crecieron, hasta tener un buen tamaño, pero para la mujer aún no había crecido lo suficiente. Me había esforzado tanto para darle gusto y no lo había conseguido, me sentía un verdadero fracaso como árbol, mis hojas empezaron a caerse, mis ramas se rompían, me regaban, pero no era suficiente. Ni siquiera el abono me funcionaba. Oía a los niños jugar, “vamos al jardín —decían— sí, ahí está padrísimo, tengo muchas flores, también ahí tengo mis juguetes, ¡es lo máximo!”. Yo deseaba estar ahí, conocer el jardín y pensaba: “si tan sólo hubiera nacido ahí, ahora estaría tan contento ¿cómo puedo hacer para llegar al jardín?”. Día tras día pensaba en lo desdichado que era y lo feliz que podría ser estando en un jardín… y mis hojas seguían cayéndose. Uno de esos días, un niño trepó por mis ramas y se sentó en la más gruesa. Estaba muy contento, se acomodó muy bien, colocó sus manos en una rama de más arriba y dijo:
—Oye, árbol, me gustas, pareces una nave, este es mi asiento y aquí está mi volante, ojalá nunca cambies, quiero que te conozcan mis amigos, sigue siendo como eres. De hecho, poco importa que cambies o no, yo te quiero como eres, no puedo evitar quererte, sé que para mí siempre vas a ser el mejor árbol del mundo y además estás en mi jardín.
—¡Que sorpresa! —me dije—. Vivo aquí en un jardín, estoy en donde siempre he querido estar y no me había dado cuenta, de repente mis hojas empezaron a reverdecer y mi tronco empezó a sentirse con más fuerza. ¿Sabes?, para tu hermana soy su casita, para ti fui una nave, pero en realidad soy lo que soy, lo que he sido siempre, tengo un solo tronco y mis ramas siguen siendo las mismas, pero cada quien me mira como quiere mirarme, a algunos les gusta mirarme de una manera, a otros de otra y eso me divierte y me enseña todas las formas que tengo y en todo lo que me puedo transformar. Me gusta ser lo que soy para ti, porque tú eres especial para mí, sólo tú y yo disfrutamos este momento, estamos juntos ahora, en tus recuerdos, esos que hoy han cobrado vida en ti y que te acompañan cuidándote… mientras vas descubriéndote…
¿Qué soy para ti? Soy para ti lo que tú eres para ti.
Con cariño… Tú…
árbol.
Te invito, si quieres, a dibujar a Tú… árbol.
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